Bienvenidas y bienvenidos a nuestro encuentro existencial.
En esta oportunidad quiero compartir con ustedes una experiencia que he vivido en clase con mis alumnos estas últimas semanas. Como una forma de entrenamiento para la primera entrevista psicológica, realizamos un círculo de práctica, se colocan dos estudiantes en el centro donde una persona asume el rol de paciente y otra el de terapeuta mientras los demás observamos y al final del ejercicio nos retroalimentamos de las observaciones y comentarios generales. Obviamente es una situación artificial sin embargo, esto permite que aflore esta sensación de miedo y malestar por el hecho de ser evaluado, de ser observado, de contactarse con el otro; de ahí el tema de este encuentro.
Desde mi punto de vista, es esperable que el psicólogo o la psicóloga tenga cierto temor en el contacto con el otro, al menos cuando es el primer contacto, pues en nuestra profesión estamos acercándonos a un mundo experiencial completamente diferente y además, quien vive ese mundo experiencial llega a nosotros en búsqueda de ayuda, de compañía y en otros casos hasta de soluciones, lo que implica una gran responsabilidad.
El miedo al contacto con el otro tendría que ver con la expectativa del encuentro, con la conciencia de no saber qué esperar, con la angustia ante lo desconocido e inexplorado. Al compartir esta experiencia con mis estudiantes puedo ver y recrear lo difícil que es acercarse libremente al otro, entregarse honestamente al encuentro con la otra persona y descubrir quién es ese otro, cómo mira y entiende su vida y cómo está viviendo ahora su dilema.
Mucha de esa dificultad puede tener su causa en la forma como estamos educando a los profesionales de la psicología, todavía no podemos “sacudirnos” del todo de la visión médica y hacemos énfasis en que la relación profesional es una relación distante, neutral, evaluadora, objetiva y “científica”; entendiendo esto último como frío, calculador, medible y cuestionador. Cuando en realidad el encuentro con el paciente o con la persona que acude en nuestra búsqueda tendría que ser un encuentro completamente diferente al médico, pues no estamos tratando una patología, estamos trabajando con una persona que es mucho más que una patología, que ahora sufre o pasa por un momento desagradable (unido o no a un diagnóstico) y que espera encontrar una mano profesional que pueda acompañar su camino y salir de este momento.
Los estudiantes y también los profesionales de la psicología están ahora tan envueltos en la idea de resolver problemas, de dictaminar diagnósticos, de hacer interpretaciones y de mantener su postura profesional que sin quererlo, vuelven su contacto con el otro, completamente artificial, tan lleno de esquemas, formas a llenar, procedimientos a seguir, técnicas a aplicar, diagnósticos a identificar y todo esto está ubicado entre el profesional y el paciente, haciendo cada vez más difícil el poder mirarse pura y honestamente el uno al otro y prepararse para el encuentro.
También esto se puede entender como una defensa del profesional, resulta mucho más seguro para el o la psicóloga ubicarse detrás de un mandil, un escritorio y todos los demás artilugios mencionados anteriormente para desde ahí establecer un contacto con el paciente, antes que mostrarse en su humanidad y procurar llegar a la humanidad del otro.
Un aspecto adicional que considero se debe tomar en cuenta es el miedo a la evaluación, estamos tan condicionados negativamente con la evaluación que preferimos evitarla o postergarla lo más posible, sin embargo, cuando utilizamos la evaluación con visión positiva puede resultar muy gratificante. Entender la evaluación como la oportunidad de exponer lo que conozco, lo que tengo o he aprendido y descubrir por medio de la mirada de los otros lo que tengo de fortaleza, lo que puedo mejorar y lo que todavía me falta en realidad es una experiencia muy gratificante. En este ejercicio del círculo de entrenamiento en habilidades terapéuticas, al inicio ningún estudiante quiere pasar a ser evaluado, lo dejamos más bien al azar o a la suerte, pero cuando ya ven lo rico, lo productivo de mostrarse y recibir la retroalimentación honesta, solidaria y amable de sus compañeras y compañeros, al final ya existen estudiantes que piden participar y exponerse a la mirada y evaluación de todos, no sin miedo, pero si confiando en que de este ejercicio saldrán fortalecidos.
El encuentro con el paciente en la vida profesional es igual, al menos en mi experiencia, cada vez que voy a una cita con mi paciente, estoy llena de expectativa, incertidumbre y ansiedad respecto a lo que va a suceder, a qué espera de mi esa persona, si seré capaz o no de darle lo que necesita, si podré o no comprender o al menos acercarme a su mundo experiencial y lo que está viviendo, si mi postura teórica será de su agrado y podrá comprenderla, cuál será la magnitud de su malestar y un sinfín de etcéteras.
A pesar de tantas dudas e inquietudes, prefiero que sea así, pues este miedo al encuentro con el otro me permite ponerme alerta a esta nueva actividad, me permite no dar por sentado que ya conozco la forma y el procedimiento de hacerlo, no dar por hecho que sé como contactarme con el otro y hacer “lo que tengo que hacer” como profesional. El miedo del encuentro con el otro me pone en contacto con mi propia humanidad y desde ahí, me permite contactarme con la otra persona, a ese mismo nivel, desde nuestra simple y compleja experiencia humana.
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