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Hablemos del llanto.

Hola nuevamente, bienvenidas y bienvenidos a este nuevo encuentro.


En esta oportunidad quiero compartir con ustedes mis ideas sobre el llanto, este hecho de abrir el alma y dejar salir esas lágrimas cargadas de dolor: es una situación impactante, incómoda, molesta, desesperante y frustrante también; tanto para quien lo vive como para el profesional que acompaña el proceso.

Entre los estudiantes de psicología es un tema muy inquietante el llanto; despierta temor el hecho de no saber ¿cómo manejarlo? ¿qué hacer cuando un paciente comienza a llorar? ¿debo interrumpir? ¿cuánto tiempo debe llorar? ¿y si siento que voy a llorar yo también?; son algunas de las inquietudes que surgen frente a este fenómeno aparentemente tan natural del ser humano.

Socialmente en cambio, el llanto es visto como un signo de debilidad, es una expresión de sensibilidad y como tal se asocia a las mujeres, a lo femenino e incluso a lo infantil. Esta connotación negativa del llanto hace que sea cada vez más difícil llorar, mucho menos en público, incluso en el ambiente cuidado y protegido de la consulta privada; las personas piden disculpas al psicólogo por haber llorado.

¿Qué es lo que pasa realmente con el llanto? Desde mi experiencia personal y profesional, el llanto es un recurso de liberación, es una respuesta natural que permite dejar salir las emociones que agobian a la persona y facilita de esa manera su expresión, reconocimiento y posterior manejo. Llorar es un derecho, todo ser humano que sienta dolor, malestar, frustración, angustia y también: felicidad, excitación, euforia tiene derecho a expresarlo como bien tuviere, incluído el llanto.

Como dice el poema de Girondo:


Llorarlo todo, pero llorarlo bien.

Llorarlo con la nariz, con las rodillas.

Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría.

Llorar de frac, de flato, de flacura.

Llorar improvisando, de memoria.

¡Llorar todo el insomnio y todo el día!


Abrir las compuertas del llanto…podría ser la respuesta a muchos males o malestares, darnos el gusto de reconocernos sensibles, frágiles, solidarios, empáticos…humanos. En nuestro medio existe mucha presión social para “ponerse fuerte”, para “no darles el gusto de verte llorar”, para esconder las emociones y no dejarlas salir ni siquiera en la intimidad de la habitación.

Tanta exigencia por la dureza ha satanizado el llanto, cuando en realidad es una forma natural, humana, de expresar las emociones, de limpiar el cuerpo, de darse un tiempo de desahogo y encontrar un espacio de tranquilidad. Cuando las personas lo entienden así, ya no piden más disculpas por llorar, ya no se coartan en su expresividad, ya no se castigan por ser tan frágiles o infantiles, ya no se preocupan por ser duras o firmes consigo mismas. Cuando el profesional de la psicología lo entiende así, ya no tiene angustia frente al llanto de su paciente, comprende

que debe respetarlo, entiende que el llanto tiene un ciclo de manifestación, que algún momento llegará a su cumbre y después bajará, entiende que es muy importante su presencia, su acompañamiento en este proceso, porque así validará a la persona en su expresión emocional, pero más que eso, generará una verdadera relación de confianza en el espacio terapéutico, pues él o la paciente sabrá que en verdad puede ser quien es, que no será juzgada por llorar o patalear o “hacer berrinche” y que el profesional de la psicología estará siempre ahí para acompañar y para contener.

Entonces, bienvenido llanto, bienvenido ese espacio de renovación; como dice Benedetti:

y a lo mejor

si la sonrisa viene

de muy

de muy adentro

usted puede llorar

sencillamente

sin desgarrarse

sin desesperarse

sin convocar la muerte

ni sentirse vacía

llorar sólo llorar

entonces su sonrisa

si todavía existe

se vuelve un arco iris.


Como siempre, gracias por leerme.


Nos encontramos en otro momento de esta hermosa realidad...

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